Antropología de Datos sobre Riñas Callejeras en Ecuador

 

La categoría “riña” aparece en una columna de la hoja electrónica policial sobre muertes violentas donde se indica la presunta motivación del homicidio.  La categoría adquirió visibilidad política en el marco de las estrategias de seguridad ciudadana desarrolladas por instancias municipales en colaboración con centros académicos durante la primera década del siglo XXI. El debate sobre seguridad ciudadana perdió vigencia en la siguiente década, pero la infraestructura policial resultante sigue vigente y continúa prescribiendo la realidad penal del país.

En la ecología de datos policiales, las “riñas” son conflictos de convivencia, peleas espontáneas, muertes violentas sin historia criminal. Sin embargo, en su capacidad como categoría de presunta motivación homicida, las riñas ocultan más de lo que muestran porque, no pocas veces, este tipo de violencia interpersonal está asociada con crimen organizado, consumo de alcohol, inequidad socioeconómica y segregación urbana, como evidencian las mismas bases de datos oficiales sobre muertes violentas.

 

   

 

 

Cómo la noción de riña oculta más violencias de las que muestra   

Una investigación más profunda de las motivaciones detrás de las muertes violentas clasificadas dentro de “Riñas” revela varios casos en los que la presunta motivación observada no puede atribuirse a una gresca en la vía pública, sino que aparecen otros motivos. Para esta investigación, se llevó a cabo una revisión de las circunstancias e hipótesis de todos los casos dentro de la categoría riñas para el año 2019 (259 en total). Esta información se complementó con una revisión en crónica roja de todos los casos, algunos de los cuales no habían sido reportados en prensa. El resultado de este proceso fue una reclasificación de las muertes violentas por riñas en las siguientes categorías: 

1) Crimen organizado.- contiene los casos en los que se mencionan peleas o desacuerdos entre pandillas o organizaciones delictivas. 

2) Drogas.- agrupa los casos en los que la motivación está asociada al microtráfico o tráfico de drogas, como por ejemplo, peleas entre territorios de venta.

3) Violencia económica.- reúne todos los casos donde la motivación subyacente es alguna actividad económica legal (deudas, desacuerdos con respecto a propiedades, etc). Por ejemplo, hay casos en los que la pelea que derivó en muerte empezó por el pago de cantidades menores a un dólar.  

4) Pareja/Machismo.- agrupa los casos en los que el altercado que resultó en muerte estuvo motivado por una masculinidad hegemónica que viene acompañada de una posición de belicosidad heroica y la superioridad sobre las mujeres (y otros varones) (Bonino, 2002). Esto deriva en posiciones machistas y de dueñidad (Segato, XX) hacia la mujer. Por ejemplo, alguien que se sintió en la necesidad de defender a su pareja cuál propiedad privada, o demostrar su virilidad. Esta categoría también podría llamarse también “Masculinidad hegemónica”.  

5) Consumo de alcohol.- agrupa las muertes violentas en las que el contexto de consumo de alcohol fue la circunstancia más relevante para explicar la motivación del crimen. 

6) Robo.- muertes violentas ocurridas en un contexto de robo, usualmente, robo agravado, donde los delincuentes agreden a la víctima y le provocan la muerte. 7) Ajuste de cuentas/Venganza.- reúne los casos en los que se menciona una motivación subyacente anterior. En la base de la Policía Nacional se menciona claramente “ajuste de cuentas” o “venganza”. En otros casos, en las entrevistas descritas en prensa se mencionan casos de “venganza” o altercados anteriores que hacen del hecho no una riña del momento, sino un asesinato más pre-meditado.

8) Delitos de odio.- esta categoría agrupa casos en los que se identifica como motivación para la muerte violenta una actitud de odio y rechazo a una persona por su condición de clase, etnia, orientación sexual, etc., siendo esta la razón por la que se termina la vida de la víctima.

9) Riña.- Reúne aquellos casos cuya descripción corresponde a una riña, es decir, un desacuerdo entre dos personas se convierte en pelea y escala de tal manera hasta culminar en la muerte de alguien. Muchos casos ocurren en un contexto de consumo de alcohol, por altercados de ese momento. 

10) No hay información.- Aquí se encuentran aquellos casos en los que no se encontró ninguna información sobre el móvil del crimen en la base de Policía Nacional y tampoco en prensa, ya sea porque son muertes violentas que no se reportaron en la prensa o porque la información de ambas fuentes no menciona una motivación. 

11) Otros.- Inicialmente, esta categoría no existía. Sin embargo, al encontrarnos con tres casos cuyas motivaciones no calzaban en ninguna de las otras categorías planteadas, fue necesario crearla. Aquí se encuentran, por ejemplo, el deceso de dos manifestantes durante las protestas de octubre 2019. 

En casos en los que parecía que la revisión sugería la existencia de dos motivaciones, se seleccionó una motivación principal, y una motivación secundaria. Este fue el caso de varias riñas que se dieron en un contexto de consumo de alcohol, siendo el alcohol una motivación secundaria. Esta forma de reclasificar cada caso permitió tener una idea de en cuántos casos el consumo de alcohol fue relevante para el desenlace. 

Los resultados de la reclasificación de muertes violentas por riñas se muestran a continuación:

Figura 1. Reclasificación de las muertes violentas por riñas, del año 2019

Fuente: Policía Nacional, 2019

 

Cómo se puede observar en el gráfico, alrededor del 13% pueden ser catalogados como riñas. En un 16% el consumo de alcohol fue la principal motivación. Si a esta cifra uno le suma todos los casos en los que el alcohol fue una motivación secundaria, se obtiene el 20,6%, es decir, más de la quinta parte de todos los casos revisados. Esta reclasificación muestra que existen varios casos de muertes violentas que no corresponden a lo que se entendería como una “riña”. Existen casos de robo, crimen organizado, tráfico de drogas, venganzas y ajustes de cuentas que han sido incluidos dentro de esta categoría. 

Los resultados también revelan que casi la mitad de los casos por riñas no tienen información suficiente para establecer la motivación del crimen. Dentro de la variable “Presunta Motivación Observada” no existe una categoría donde se puedan agrupar los casos en los que no se logró establecer la motivación del homicidio intencional. Por tanto, los resultados de esta reclasificación sugieren que la categoría riñas funciona en ocasiones como la agrupación donde entran varios casos cuya motivación en la realidad es desconocida. Sobre este punto no se puede hacer una afirmación conclusiva ya que, la base de datos de la Policía Nacional en ocasiones muestra no estar actualizada con respecto a si un caso fue resuelto o no, y si existe una persona sospechosa o detenida.    

Crimen organizado

El hermano de Abel murió en una riña callejera en Cuenca, o al menos eso indicó el reporte policial y la noticia de crónica roja publicada el día siguiente de su muerte. Abel presenció el homicidio de su hermano Antonio, inmóvil, paralizado por el miedo, a escasos metros del lugar donde dos hombres con chalecos negros le apuñalaban. En la base de datos sobre muertes violentas, Antonio es uno más de los 270 homicidios anuales clasificados como “riña” causada por violencia comunitaria. (Ver curaduria estadística)

 La historia de Abel y Antonio es, sin embargo, mucho más compleja, dramática y larga que una riña callejera.    

Abel tiene veintiocho años y se encuentra solicitando asilo en Estados Unidos, detenido y evitando a toda costa su deportación. El padre de Abel es zapatero y su madre empleada doméstica. El mayor de tres hermanas y su hermano Antonio, Abel nació y creció en un barrio pobre de Cuenca. Abel dejó la escuela a los 14 años para trabajar y mantener a su familia. Cuando tenía diez años su padre migró a España y regresó ocho años después. Abel tuvo varios empleos temporales hasta que fue reclutado por el ejército. En 2012 se casó con su novia de juventud y dos años después tuvo a su primer hijo. Abel es parte del movimiento Juan XXIII, agrupación religiosa internacional enfocada en la conversión al catolicismo de sectores marginados.    

La riña en la que muere su hermano menor determina la grave situación actual de Abel. Obrero de una fábrica de hormigón, Antonio fue miembro de una pandilla dedicada al traqueteo de polvo (base de cocaína). A pesar de compartir mucho tiempo juntos, Abel nunca supo que Antonio fue pandillero hasta semanas antes de su muerte. Pocos días antes del asesinato de Antonio, mientras jugaba voleibol en el parque, dos hombres en motocicleta acorralaron a Abel, le preguntaron por su hermano y, cuando se negó a responder, le apuñalaron en el pecho. Abel quedó acostado en medio de un charco de su propia sangre, sintiendo como el pecho le ardía. Se desmayó. 

Abel se despertó horas más tarde en el hospital con una herida de doce centímetros y rodeado de su familia. Decidió no decir nada. Temía por su hermano y no confiaba en la fuerza pública. En su experiencia, la policía no hacía nada en estos casos porque su barrio era peligroso. Antonio le contó todo. Le dijo que la pandilla le buscaba para matarle porque él se negó a vender drogas. Antonio no se despegó de Abel por semanas. 

Tres semanas después, Antonio fue atacado por los mismos hombres que apuñalaron a Abel. Murió a los 24 años. Esa noche Antonio estaba borracho, había regresado a la madrugada a casa para recoger dinero y encontró a Abel dormido con su esposa. Antonio salió rumbo a una licorería y Abel se despertó bruscamente y lo siguió pocos minutos después. A dos cuadras de su casa Abel vio que Antonio empezó a pelear con dos hombres con chaleco negro. Abel gritó con todas sus fuerzas y corrió hacia su hermano, pero ya era muy tarde, él se desangraba en el piso con un corte profundo en la garganta. Un taxi que pasaba por el lugar llamó a la policía. Abel fue llevado a la comisaría para rendir su declaración. 

La policía recomendó que Abel no dijera nada de la pandilla para no interferir con la investigación. En el levantamiento del cadáver solo se anotó que la muerte fue producto de una riña callejera. Abel enterró a su hermano el día siguiente. Un mes después Abel notó que la moto negra en la que se movían los asesinos de su hermano le vigilaba constantemente. Abel fingía llamar a la policía y pasaba la mayor parte del tiempo en casa. Pidió protección policial pero no recibió respuesta. Más tarde se enteró que el caso se clasificó definitivamente como riña callejera aunque él conocía que esa no era la motivación detrás del crimen. 

Empezó a recibir amenazas por Facebook desde la cárcel de El Turi. Abel decide huir a Estados Unidos. Compró pasajes de avión para México y contrató un coyotero para cruzar la frontera con Estados Unidos. Reunió 74 mil dólares con préstamos entre familiares y amigos. Sus padres hipotecaron su casa por 35 mil dólares y su suegra vendió un terreno por 15 mil dólares. El resto lo reunió con créditos bancarios y chulqueros. Se estableció en Nueva Jersey con su esposa e hijo. Todo parecía estar bien, pero a inicios de año fue detenido y entregado a la agencia norteamericana de migración para ser deportado. 

El homicidio del hermano de Abel no es el único que entra a la base de datos policial como una riña callejera equivocadamente. Cerca de la mitad de los homicidios presuntamente motivados por riñas desconocen las causas reales de muertes violentas en el país ( Figura 1). Este caso es particularmente problemático porque se oculta las conexiones del asesinato de Antonio con el crimen organizado, la descomposición carcelaria y el resurgimiento de pandillas.  

Segregación urbana 

En 2012, Pueblo Nuevo era un conjunto habitacional con más de 250 viviendas, construido en el marco de estrategias de desarrollo comunitario implementadas por el gobierno provincial de Pichincha. El proyecto está ubicado en Llano Grande, al norte de Quito, en la vía a Calderón. A finales de julio de 2010, el Consejo Provincial y el Municipio de Quito firmaron un convenio para alojar familias relocalizadas por causa de deslizamientos, deslaves y hundimientos de tierra propios de la época invernal. El proyecto ‘Pueblo Nuevo’ atiende a más de 50 familias afectadas por el deslave del sector de la quebrada San Antonio de la Bota en el Comité del Pueblo. La inversión inicial del proyecto fue de USD$ 825.774, más 300 mil dólares por parte del Municipio. Las personas relocalizadas pagaron 13.500 dólares por cada casa, esto es financiado con el bono (no reembolsable) de la vivienda del MIDUVI por 5 mil dólares, un bono de emergencia (no reembolsable) por 4.200 dólares y 1.200 dólares de ayuda humanitaria entregada por el Municipio. Los beneficiarios se quedan con un saldo en crédito de 3.100 por familia, “pero la mayoría de relocalizados tuvieron muchos problemas para pagar dicha suma.  La organización comunitaria en Pueblo Nuevo es reticente a cualquier iniciativa del Municipio en relación con el financiamiento de las casas,” dice la gestora a cargo del proyecto en una visita al barrio. 

Según los funcionarios del Municipio de Quito, el proceso de relocalización ha enfrentado varios traspiés. Entre los problemas más graves se encontraba el incremento de riñas callejeras y varios conflictos de convivencia entre antiguos y nuevos moradores. “Las peleas se dan más que nada entre los relocalizados, ellos son los que se pegan cada vez que toman. En cambio, los problemas de convivencia se dan entre los relocalizados y los antiguos moradores, sobre todo por el uso de espacios comunales y la segregación espacial,” explica el encargado de desarrollo económico del proyecto mientras dibuja un mapa de la relocalización donde muestra cómo el grupo del Comité del Pueblo se encuentra arrinconado en dos extremos opuestos del complejo. “El grupo cercano a la puerta no tiene muchos inconvenientes en términos de convivencia porque son más parecidos a la gente del barrio, creo yo; pero el grupo que está apostado junto a la quebrada está a punto de causar algún incidente de violencia porque la organización barrial no les deja usar la cancha múltiple para jugar fútbol ni la sala comunal. El presidente del barrio dice que no les presta las instalaciones porque destruyen, como pasó en el ultimo matrimonio,” comenta alarmado el funcionario del Municipio, quien no puede contener su opinión y dice “mire, lo que pasa es que se ve a gente de color (afroecuatorianos) y uno se atemoriza, (en Pueblo Nuevo) por lo menos hay unas veinte o treinta personas de color y si hay unos que son sinceros y hasta saludan, pero hay otros que ni siquiera se les puede saludar y quedan viendo mal.” El presidente de Pueblo Nuevo es interrumpido por la otra funcionaria quien dice “si son violentos hasta de palabra, en sus rencillas siempre salta un ‘ya vas a ver te voy a destripar’ y cosas así. Además, se dice que hay pandillas, pero eso no nos consta a nosotros.”

El presidente del barrio retoma la conversación, “los relocalizados son la peor gente que hay en el barrio y el Municipio nos ha hecho un daño enorme porque el precio de sus casas ha bajado tremendamente,” señalando además que “ahora todo el mundo piensa que Pueblo Nuevo es un barrio de delincuentes ¡Imagínese! Hay varios vecinos que están vendiendo sus casas porque dizque es peligroso.” El presidente estaba orgulloso de haber logrado convencer al comité barrial de prohibir los partidos de fútbol nocturnos de los relocalizados porque “hacían mucha bulla y rompían las ventanas de las casas.” Sin embargo, no sabía exactamente cuántas ventanas habían sido rotas, pero al menos de una estaba seguro, la suya. 

El conflicto en Pueblo Nuevo gira en torno al uso de las áreas comunales por parte de antiguos y nuevos vecinos después de una pelea que protagonizaron los relocalizados durante un matrimonio. El término convivencia es usado en la retórica de la seguridad ciudadana para referirse a formas de organización barrial e interacciones cotidianas entre vecinos. La noción de convivencia es un ‘deber ser’ que se negocia entre autoridades y ciudadanos en función de parámetros de conducta extremadamente rígidos que tienden a menoscabar las actividades comunales a favor de criterios de orden social. “Los parques del barrio son para que jueguen los niños,” señala una moradora de Pueblo Nuevo mientras se queja del uso que hacen de la zona verde los reubicados. En su opinión los adultos no deberían sentarse en los columpios después del trabajo. “Esta gente llega de la construcción a conversar en el parque, que ha de ser. Ademas, se ríen a carcajadas y hacen bulla todo el tiempo. Pueblo Nuevo era un barrio tranquilo antes.”

En Pueblo Nuevo se puede observar casi con la precisión de un laboratorio la manera en la que opera el racismo en Quito, no solo el racismo institucionalizado y desplegado por las autoridades Municipales, sino el racismo practicado en la vida cotidiana por la ciudadanía, el mismo que se oculta detrás de argumentos absurdos como sugerir que el parque de un barrio es para uso exclusivo de los niños. El problema está en que este tipo de opiniones son aceptadas y legitimadas por la gente y dejan a los afectados de dichos abusos en posiciones de desventaja cuando tratan de reclamar sus derechos.

“Fue el matrimonio de mi prima. Tomamos, comimos, pasamos chévere. Estábamos unas setenta personas. Yo me retiré a las cinco de la mañana y me vine a la casa. Aquí me pegué dos jabas de cerveza más escuchando Darío Gómez y Geovanny Ayala. Después de eso se me borró el cassette y me dormí. Mi hermano había seguido en la casa del vecino, tomándose una botella de whiskey.” Así inicia su relato Luis, habitante relocalizado en Pueblo Nuevo. Estamos tomando café en su pequeña casa (35 m2), donde vive con su mamá, dos hermanas y un hermano, quien recibiría un machetazo la mañana siguiente al matrimonio después de una discusión con el propietario de la casa contigua. “Ambos estaban bien borrachos y ninguno es una santa paloma,” apunta Luis. “Según mi hermano la pelea fue después de terminarse la botella. Él dice que ya se había ido porque el vecino estaba muy borracho, pero cuando entró a la casa lo vio por la ventana botando basura en la quebrada. Entonces salió a decirle que no lo haga porque hay una multa de 500 dólares y el hombre comenzó a insultarle. Como mi hermano estaba también bastante tomado salió y le pegó, entonces el vecino fue a su casa cogió un machete, golpeó nuestra puerta y a lo que abre mi hermano le da un planazo en cara y después le zampa otro machetazo, pero esta vez con el filo en la cabeza. Yo para todo esto estaba dormido porque tenía que trabajar en la tarde con mi padrino.” Luis es soldador y es el único ingreso fijo de la casa porque el resto de sus hermanos están desempleados y su mamá lava ropa por encargo, pero con todos los problemas del barrio ha perdido mucha clientela. La familia actualmente vive con menos del salario mínimo vital y están atravesando serios problemas para encontrar crédito y pagar lo que adeudan al Municipio. “Mi hermana es la que le encuentra a mi hermano sangrando y despierta al resto, pero yo estaba inconsciente y no pudieron levantarme de la borrachera. Cuando me levanté a las cinco de la tarde escuché el mensaje de mi mamá en el celular. Y nada pues, ese rato me fui al hospital.”  

El matrimonio fue una fiesta grande porque muchos de los relocalizados en Pueblo Nuevo son familiares y varios invitaron a gente de su antiguo barrio y el novio es de Guayaquil, por lo que también viajó su familia para el festejo. “Yo creo que ver tanta gente extraña es lo que más les molestó a la gente del barrio. Aquí en Pueblo Nuevo no les gusta ver desconocidos porque los vecinos son bastante desconfiados. Pero yo le aseguro que aparte del incidente de mi hermano, la fiesta fue tranquila, claro había música y la gente se quedó hasta el otro día porque estaba feliz, pero no hubo otras peleas. Pero como dimos de qué hablar por el machetazo, el presidente se cogió de eso para decir que somos unos delincuentes y que no va a volver a prestar la casa comunal para que hagamos ninguna fiesta. Pero en serio que al local no le pasó nada, incluso mis parientes dejaron limpio antes de irse.”

Esta pelea es pertinente analíticamente porque muestra ciertos matices de las riñas callejeras que difícilmente se pueden observar cuando se aísla el hecho de violencia del contexto en el que se produce. La siguiente viñeta etnográfica se enfoca en el consumo excesivo de alcohol y la construcción de masculinidades agresivas. El testimonio de Luis revela otra arista del fenómeno de las riñas que merece ser tratado con cierto detalle. Este punto se relaciona con la manera en que las peleas son procesadas y sancionadas por la comunidad. El incidente de violencia del hermano de Luis agravó un conflicto latente entre nuevos y viejos moradores de Pueblo Nuevo. Fue la excusa perfecta para excluir al grupo de relocalizados del uso y disfrute de los espacios comunales. Las riñas, en este sentido, son parte de un proceso más amplio y complejo de discriminación que es fácilmente encapsulado en discursos de corte racista y regionalista. “Los vecinos decían que nosotros somos violentos porque venimos de la costa,” comenta la mamá de Luis cuando terminamos la entrevista. Y luego reflexiona sobre el comentario, “yo les dije que a mi hijo le macheteó un señor de Quito no de Guayaquil, y que él no es familiar nuestro; pero que van a escuchar estas personas, si lo único que quieren es que nos vayamos del barrio.” Los comentarios de la madre de Luis son precisos en señalar el objetivo de los antiguos moradores. Ellos no quieren gente relocalizada porque afecta el “estatus” del barrio. 

Esta actitud poco solidaria, la cual a primera vista parecería ser puramente arbitraria y cruel, tienen un trasfondo de clase inscrito en contradicciones y perversidades mucho más complejas que atraviesa a la ciudad y para este caso de estudio se relacionan con la informalidad laboral. Pueblo Nuevo es un conjunto habitacional conformado por pequeños comerciantes y trabajadores públicos de bajo rango. En sus inicios algunos de los vecinos eran trabajadores informales, pero gracias a redes de solidaridad barriales y prácticas de clientelismo político, la gran mayoría de los antiguos moradores pasaron a formar parte de la fuerza laboral formal de la ciudad. En cambio, el grupo de relocalizados está compuesto mayoritariamente de informales y desempleados. En este contexto, el conflicto de convivencia en Pueblo Nuevo es en realidad un fenómeno determinado por conflictos de clase, donde un incipiente ‘proletariado’ emergente repudia la posibilidad de retornar a las precariedades laborales que sufrieron en el pasado. Los relocalizados son la encarnación de los miedos de los viejos moradores, en una época marcada por la inestabilidad laboral y la inseguridad social.

“Nosotros hemos trabajado mucho para tener nuestras casitas,” afirma una antigua habitante de Pueblo Nuevo. “Estos relocalizados son informales o delincuentes, esa gente no sabe lo que es el trabajo. Están aquí porque el Municipio no sabe qué hacer con ellos. A nosotros nunca nos dieron nada, la gente de aquí luchó por todo lo que tiene, el agua, la luz, todo,” dice otro vecino antiguo de Pueblo Nuevo. El conflicto en Pueblo Nuevo no es de convivencia ciudadana. No es posible pedirle a la gente que sea solidaria cuando las políticas públicas amenazan con precarizar aún más a la clase trabajadora. Con eso no se quiere desconocer que exista racismo. Por el contrario, el pánico de clase generalmente exacerba sentimientos racistas y xenófobos. En esta línea, la existencia de riñas que a criterio de las autoridades están ligadas a “problemas interpersonales,” son en realidad el producto de inequidades y exclusiones históricas que operan en la cotidianidad a contrapelo de instituciones aparentemente democráticas.

Consumo de alcohol y masculinidades agresivas

El despliegue de masculinidades que valoran positivamente destrezas en prácticas violentas se retroalimenta con el consumo excesivo de alcohol en ciudades andinas. Las riñas son prácticas heteronormativas que combinan discursos de éxito socioeconómico con ideas patriarcales de respeto y cuidado. Hablar sobre peleas con hombres no es difícil en Ecuador. Esta viñeta etnográfica combina observación participante en el barrio la Mariscal de Quito y varias entrevistas a profundidad realizadas con hombres de distintas edades en 2012.

“A los ahuevados [hombres que prefieren no pelear] les va mal,” dice con una sonrisa cómplice Ramón, quien se emociona cuando cuenta sus peleas. “A mí me gustan las broncas loco. Yo era quiñazo. Ahora me he fresqueado [tranquilizado] porque ya trabajo y a mi esposa no le gusta. Yo me acuerdo cuando era más pelado no me perdía una sola ‘puñetiza’ en la zona o en la plaza [de toros]. Me encanta la adrenalina y ganar, siempre es importante ganar,” dice Ramón mientras recorremos la zona roja de la capital. “Yo veo ahora como los ahuevados de mi época no son nadie, muchos ni siquiera viven en Quito. Yo creo que no soportaron la ciudad.” Ramón no solo parece haber soportado la ciudad, sino que ha logrado cierto nivel de estabilidad económica y social; casado con dos hijos y una tercera hija en camino, trabaja con sus compañeros del colegio en una mecánica automotriz “Tenemos un patio de autos, una lubricadora y mecánica. Nos va bien, además nos permite dedicarnos a las carreras de carros, que es lo que nos unió a todos desde el principio. Ya sabes tener la misma pasión ayuda bastante a la hora de establecer prioridades.” La explicación de Ramón sobre el fracaso de los “ahuevados” revela los tejidos sociales e instituciones que sostienen las masculinidades agresivas. “Ahora con Facebook sabes todo. Puedes ver qué le pasó a la gente con la que compartiste la adolescencia. No te miento loco, todos mis panas están bien. Todos tienen su negocio propio y están casados bien, muchos con las novias del colegio.” La relación entre éxito y riñas a la que hace referencia Ramón se configura a finales de los ochenta e inicios de los noventa en Quito y otras ciudades ecuatorianas, donde la violencia interpersonal amalgama ideologías de éxito socioeconómico neoliberal con criterios de honor masculino heredados de formas de dominación hacendataria.

“Mira, mi esposa me decía que no le gustaba que yo sea bronquista, pero yo sabía que ella se fijó en mí porque yo soy un tipo que impone respeto,” dice Ramón desarrollando su argumento sobre el papel de la mujer en la masculinidad agresiva. “Las mujeres se sienten protegidas con un man [un hombre] que sabe defenderles.” El machismo de Ramón no es marginal en la sociedad ecuatoriana, atraviesa fronteras de clase, generacionales y étnicas. El colegio es una institución particularmente significativa en la exacerbación de violencias interpersonales masculinas. “En Quito el colegio es súper importante, más importante que en otros lados. Yo todavía me llevo con mis compañeros del colegio y mi esposa también con los de ella. Nosotros estábamos en diferentes colegios, pero igual nos conocimos por las fiestas. Hay colegios que hacen fiestas juntos y se crea un circuito, todo depende del circuito en el que estés.”  El discurso de Ramón no puede ser entendido al margen de la construcción de nociones de juventud, educación y ciudadanía, aunque sus palabras sean parte de las versiones más reaccionarias, esencialistas y conservadoras de dichas narrativas sociales.

En la época colegial toma forma la ecuación: riñas más consumo de alcohol igual masculinidad heterosexual dominante. La intoxicación alcohólica es un elemento clave para entender la violencia interpersonal categorizada con el término riña en las bases de datos sobre homicidios. 

Una revisión de todos los casos de muertes violentas motivadas por riñas del 2019 revela que en el 15,8% de casos el consumo de alcohol fue un factor determinante. Si uno considera también los casos en los que este se menciona como algo relevante para el contexto en el que ocurrió la muerte violenta, este porcentaje aumenta a 21,2%. Esto, considerando que para casi la mitad de casos (43,2%) no hay información para establecer cuál fue la presunta motivación.  

 

Figura 2. Reclasificación de muertes por Riñas, 2019: motivación primaria y motivación secundaria

Fuente: Recategorización Kaleidos - Policía Nacional, 2019.

 

El consumo de alcohol también es determinante para analizar cómo el espacio urbano se convierte en lugares de violencia urbana. Las riñas en Quito son ubicuas y evolucionan de la mano de transformaciones urbanísticas. “La Mariscal en los setentas no era zona comercial, tampoco era la zona borracha de Quito; era un barrio con casas de varios tamaños, precios y colores; tiendas en cada cuadra; zapaterías, verdulerías, parques y por supuesto guambras [jóvenes] que de vez en cuando se daban de puñetes. Las peleas en la Mariscal eran casi siempre por honor y territorio,” afirma Roberto, cineasta quiteño de sesenta años. Para finales de los años ochenta la Mariscal se convirtió en la suerte de mall etílico que es ahora. Roberto recuerda que La Mariscal de los sesentas y setentas era un barrio con jorgas juveniles integradas por muchachos de distintos colegios que “nos habíamos hecho amigos jugando en la calle por las tardes. Por eso también las broncas eran en mucho el resultado de entender la calle como una extensión de nuestras casas. Nosotros pensábamos que teníamos que defender el territorio de gente ajena al barrio. Yo me he preguntado varias veces qué significa entender la casa y la calle como parte del mismo territorio.”

Una mirada a las cifras en las principales ciudades del país muestra que la gran mayoría de asesinatos y homicidios motivados por riñas ocurren en espacios públicos (ver  Figura 3). Esta observación debe ser matizada por el hecho de que una parte importante de los cadáveres levantados por la Policía Nacional en esta categoría son cuerpos encontrados en la vía pública. 

 

Figura 3. Tipo de espacio donde ocurren las muertes violentas por riñas 2010 - 2020

                  (a) Quito         (b) Guayaquil

                 (c) Cuenca (d) Nacional

Fuente: Policía Nacional, 2010-2020

El “espíritu de barrio” desaparece casi completamente en los noventa de la zona de La Mariscal. La avenida Amazonas se convierte en un bulevar vehicular alcohólico conocido popularmente como “tontódromo.” En la periferia de La Mariscal se empieza a cocinar la cultura de bares que dominará la escena nocturna de la ciudad durante la última década del siglo. Los cambios en la morfología urbana de Quito, particularmente en términos de infraestructura vial, se dio en función de la adquisición masiva de vehículos por parte de las capas medias de la sociedad, lo cual afectó la arquitectura del entretenimiento nocturno porque el peatón o farrista de a pie nunca fue un presupuesto de construcción para la oferta de bares y discotecas. Los dueños de sitios de diversión nocturna se preocuparon más de tener suficientes parqueaderos para sus clientes que de prestar atención a las dinámicas que acontecían en las veredas y calles.

Embriagarse no era caro en esta ciudad de adolescentes y las calles se convirtieron en improvisados cuadriláteros pugilísticos donde decenas de colegiales intoxicados parecían abrir espacios públicos literalmente a patadas. Fue solo cuestión de tiempo para que la figura del “puñetazo” emerja de la borrachera violenta de La Mariscal. “Yo no sé bien cómo inició el rollo de las broncas, pero fue rápido, casi de la noche a la mañana. Un día aparecieron jorgas colegiales con nombres pero no eran pandillas,” dice David. No eran tampoco las tradicionales jorgas de los sesenta y setenta que se juntaban en el barrio y peleaban entre ellas por territorio y “honor''. En los noventa, los puñetes eran instancias de puro y burdo reconocimiento social inscritas en la creación de espacios de diversión nocturna alcohólica. La mujer en los noventa fue parte de esta escena de bares y discotecas de varias maneras, incluso participando de las riñas que se armaban cada semana. Si bien las peleas entre mujeres fueron menos frecuentes, es pertinente recalcar que la mujer no fue bajo ningún punto de vista un actor pasivo de la borrachera violenta de esta época.

El corolario de esta ciudad adolescente de los noventa fue la articulación de grupos juveniles de clase media con el tráfico de drogas ilegales a pequeña escala. Uno de los grupos más famosos de la época cayó en desgracia cuando la policía identificó a varios estudiantes de colegios pertenecientes a la élite quiteña entre los miembros de una banda dedicada a distribuir cocaína y marihuana en bares, discotecas y fiestas. En la actualidad todavía existen riñas callejeras al estilo de los noventa, pero la bronca ya no es el centro de gravedad de la vida social nocturna quiteña. El “puñetazo” dejó de ser tratado como “rockstar” y en algunos círculos incluso ha sido estigmatizado y silenciosamente excluido.

 

Figura 4. Rangos etarios de las víctimas de muertes violentas por riñas, 2010 - 2020

                  (a) Quito         (b) Guayaquil

                          (c) Cuenca                                                    (d) Nacional

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Nota: El número total de muertes violentas por riñas a nivel nacional entre 2010 y septiembre del 2020 fue de 2.893 . En Quito: 531, Guayaquil: 586, Cuenca: 60. Los rangos que se muestran fueron definidos por el equipo de Kaleidos.

Fuente: Policía Nacional, 2010-2020
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